Hace
un año ya. Un bocata, un café… y un suave paseo hasta llegar a un curioso palacete,
sede de instituciones de la antigua Prusia. Y a su lado una llamativa ampliación,
obra del arquitecto de origen polaco Daniel Libeskind, más teórico que constructor,
y un perfecto desconocido hasta esta obra (1999).
Es
el Museo Judío de Berlín, y se podría denominar como arquitectura radical. Es impresionante la capacidad de transmitir unas
emociones de carácter tan sobrecogedor tan sólo con la arquitectura.
En
primer lugar, la aproximación al museo, demasiado oculto entre vegetación, no
permite hacerse una idea previa del edificio que el visitante va a descubrir (y experimentar). Solamente se puede
apreciar, entre los árboles, una fachada metálica, fría, surcada por múltiples
cortes y hendiduras diagonales, a modo de cicatrices, que realmente son reflejo
de un mapa en el que se ubican calles, lugares y direcciones de importantes
hechos y personalidades judías de la ciudad.
El acceso se realiza por el palacete del
s.XVIII, conectado mediante el sótano a la nueva intervención. Una vez allí,
una planta en zig-zag (que respeta árboles y se identifica con la terrible y tortuosa
historia de los judíos alemanes), llena de ángulos oblicuos, comienza a
transmitir sensaciones de tensión y ansiedad. Muros ciegos y desnudos, pasillos
estrechos e interrumpidos, encuentros diagonales, suelos inclinados y colores
oscuros dominan este mundo subterráneo formado por 3 líneas que conducen a 3
experiencias:
-
el eje que conecta las galerías del museo, y en el que es protagonista una larga y
vertical caja de escaleras coronada por múltiples vigas que la cruzan en
direcciones azarosas.
- el eje del Exilio, que conduce a un jardín de suelo notablemente inclinado y un bosque de 7x7 bloques de hormigón que es necesario recorrer pese a que carece de salida, provocando un efecto desalentador y de cierta incomodidad buscada por el arquitecto.
Es
increíble cómo un edificio, por sí mismo, puede transmitir al visitante unas
experiencias y sensaciones como lo hace este museo. Cómo sólo con la
arquitectura se puede conmover, inquietar y emocionar, conectar al individuo con la historia y hacerle
reflexionar. Tanto es así, y como anécdota, que este museo abrió sus puertas… ¡vacío!
Sin nada que exponer, sólo sus paredes desnudas y su propia capacidad de ser percibido
y recorrido, experimentado y vivido.
Comprobamos
la experiencia in situ, y es cierto que no deja indiferente. Puede que los
alemanes hayan aprovechado el tirón turístico de un tema un tanto macabro y
vergonzoso para su historia nacional, pero, arquitectónicamente hablando, la
visita a este edificio de Libeskind merece la pena por esa capacidad de
influir en un estado de ánimo por unos momentos y hacer reflexionar, sólo con la
experiencia, sólo con espacio, sólo con luz, sólo con arquitectura.
Me encantaría ir para poder verlo, gracias por las fotos!
ResponderEliminarTienes un blog muy bueno! Creo que esta es mi entrada favorita
ResponderEliminarLa información que has dado es muy interesante (sobre todo el Eje del exilio), enhorabuena por la entrada y por tu blog
ResponderEliminarLas fotos que has compartido son magníficas. La estilo y diseño del edifico son dignos de ser vistos
ResponderEliminarYo pondría una estufa o algo para que l agente pueda estar calentita durante la visita.
ResponderEliminarPd: me parece un espacio digno de ser visitado, muchísimas gracias por compartir tanto las imágenes como la información
Aún no he tenido el placer de ir a verlo y solo lo he podido ver a través de fotos y blogs como este. Un museo realmente impresionante, gracias por compartirlo!
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